Volver Al Futuro La Saga

Para los que fuimos niños a principios de los noventa, Volver al futuro (estrenada hace Mas de treinta años, en 1985) permanece indeleble en la memoria. En mi caso, el recuerdo de la película está estrechamente ligado a sus constantes retransmisiones en Permanencia Voluntaria en la TV. Fuimos muchos los que crecimos frente a la pálida luz de la televisión, y Volver al futuro pertenecía a lo que se podía ver religiosamente los sábados cada pocos meses.







Steven Spielberg diría del guion de Bob Gale y Bob Zemeckis que era «apretadísimo » y que le «recordaba a Billy Wilder», famoso por colocar información de manera estratégica. Este cuidadoso suministro de datos seguirá durante toda la película. Volver al futuro es una cinta circular como las del mejor Hollywood clásico. Todo en ella está cuidadosamente planeado para hacer eco más tarde —esta labor de escritura sería transmitida también a las secuelas.




Volver al futuro toma una distancia insólita respecto a otras películas de viajes en el tiempo, que a menudo insertaban a su protagonista en un escenario casi divino, un tablero de ajedrez más grande que la vida. 







Un rasgo casi subversivo de la trama de Volver al futuro es el conato de romance entre Marty McFly y su madre, Lorraine Baines. «Pensé que el aspecto edípico era de verdad asqueroso. Creo que le dije a los dos Bobs [Robert Zemeckis, director y escritor, y Bob Gale, guionista] que se me enchinó la piel cuando ella trata de besar a Marty en el coche», diría Steven Spielberg.






El guionista Bob Gale apuntó que, en los primeros borradores, Marty McFly era un tipo derrotado, al grado de pensar en suicidarse. El equipo de escritores decidió que eso era demasiado, y dieron a luz al Marty que conocemos: un tipo necio, un tanto engreído, inseguro, falible, pero también incansable y tenaz. Es hasta que realiza un viaje temporal (que al final dura apenas un día para el resto del mundo: Marty parte para 1955 el 26 de octubre de 1985, en la primera parte, y regresa a 1985 desde el Hill Valley del Oeste en la mañana del 27 de octubre de 1985) que se descubre a sí mismo: el viaje es a través del tiempo, pero también hacia la génesis de Marty mismo: conoce a los primeros McFly en vivir en América, migrantes irlandeses (no en vano Biff llama a George McFly «Irish bug» en 1955) nobles, tenaces y desinteresados, que representan lo mejor de su herencia (he allí otra celebración en Volver al futuro: los migrantes como la sangre que corre por Estados Unidos). Pero es un viaje, también, a su posible apocalipsis: Marty aprende que lo arrebatado de su personalidad alberga su posible ruina. El viaje temporal deviene proceso de autoconocimiento.






La segunda parte de la trilogía provee una interesante lectura extra, muy propia de su época: la presencia de televisiones como ominosos oráculos (un rasgo que comparte con Robocop, de 1987, o con el cómic The Dark Knight Returns, de 1986). En la segunda parte vemos a Buford Tannen, abuelo de Biff Tannen, en un video promocional sobre la vida de Biff:






Otro vistazo al futuro —o, paradójicamente, al pasado— se encuentra en una escena en la que el Biff Tannen de la segunda parte —uno que triunfó en esa línea temporal— ve una película en su jacuzzi. La cinta es Por un puñado de dólares, y la escena concreta es aquella en la que El hombre sin nombre—interpretado por Clint Eastwood, que será el alias que Marty tomará en el Hill Valley del oeste— usa una especie de protochaleco antibalas. Biff ríe con grotescas carcajadas mientras alaba el ingenio del héroe.






Cabe recordar que Volver al futuro fue concebida originalmente como una sola entrega (algo similar a lo sucedido con Star Wars). El éxito desmesurado de la primera parte  facultó al estudio y a sus creadores para realizar una segunda y tercera entregas, escritas y filmadas back-to-back, o sea, al mismo tiempo, como si fueran una sola cinta (un proceso repetido más tarde por Kill BillEl señor de los anillos y las dos secuelas de The Matrix). Los guionistas aprovecharon esto a su favor, lo que explica la estrecha narrativa que une a las dos partes y los ecos que de una se dejan ver en la otra.







contando con un presupuesto entre ambas de unos cuarenta millones de dólares, la segunda y tercera entregas de la trilogía de 'Regreso al futuro' ('Back to the Future', Robert Zemeckis, 1986) suponían la apuesta más fuerte de la Universal para cerrar la década de los ochenta y comenzar la de los noventa. Una apuesta que ya se había saldado en 1989 con resultados muy por debajo de los esperados para 'Regreso al futuro II' ('Back to the Future Part II', Robert Zemeckis) y que el final de la saga no lograría mejorar.






Según se cuenta, la idea de que Marty terminara viajando a finales del siglo XIX, a ese período de la historia del que surgió el western —el único género cinematográfico que no existía antes de la aparición del celuloide—, fue del propio Michael J.Fox cuando, todavía en plena producción de la primera parte, respondió a la pregunta de Zemeckis y Gale de adónde le gustaría viajar en el tiempo afirmando que le encantaría "ver el viejo oeste y conocer vaqueros", una afirmación que se quedó en la memoria de los cineastas hasta que, redactando el guión de la segunda y tercera entregas, decidieron traerla de vuelta.






El trabajo de Silvestri, unido a la espléndida labor de Fox y de un hilarante Thomas F. Wilson, a la dirección de Zemeckis y a un diseño de producción fantástico, se elevan como las mejores bases de una conclusión que, como apuntaba más arriba, deja un sabor agridulce en el espectador por dos motivos fundamentales: el primero, por no conseguir traer de vuelta las sensaciones que la primera parte de la trilogía siempre consigue provocar en cualquier revisionado que se le haga; el segundo, y más importante, porque con su último plano, se cerraba una saga que, sopesada de forma global y aún con los evidentes defectos que he comentado, es una de las cinco mejores trilogías de la historia del cine. Ahí es nada.

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